8.5.06
Zidane: la estética
05-05-06
COMENTARIOS LIBERALES
Zidane: la estética
FEDERICO JIMENEZ LOSANTOS
Dentro de pocas horas veré jugar por última vez en el Bernabéu a Zinedine Zidane, el futbolista capaz de resumir lo imperecedero de las tardes breves, el único segundo glorioso en los interminables partidos malos que terminan con empate a cero y a nada, el único capaz de explicar engañosamente ese impulso insensato que arrastra a miles de millones de espectadores en todo el mundo al único espectáculo casi universal: el fútbol. Trato de recordar en qué momento empecé a pensar en este día de hoy, el de su despedida, el de la retirada a ese rincón de la memoria donde nunca terminan los partidos y el césped está eternamente verde y nadie apaga las luces del estadio y todo el mundo está recién llegado y nadie se marcha a su casa. ¿Dónde sería?
Quizás fue en el campo del Glasgow Rangers, cuando marcó el segundo gol al Bayer Leverkusen y con la novena Copa de Europa ascendió al olimpo de los dioses madridistas, casi sin esfuerzo, con esa elegante levedad que le hacía deslizarse por encima del balón sin tener que golpearlo, como si en realidad lo convenciera de que siguiera la dirección que le marcaba, por su propio bien.Persuadido el cuero de ser sólo aire, el balón y tras él Zidane se salvaban juntos y, de paso, redimían la tarde de los que, al terminar el partido, se disuelven en las tardes anochecidas de todos los inviernos del mundo, camino del bar para comentar el partido malo y la jugada milagrosa de Zidane, o de la casa familiar, para enterrarse en la penumbra grata o triste del día siguiente, ya al acecho. De tanta media pena banal, algodonada, angustiada y aburrida de esperar sin prisa el envite de la nada, nos redimía Zinedine Zidane jugando al fútbol, y nadie lo hará como él. Antes, sólo Di Stéfano para ver cómo se ganan los partidos.Luego, Zidane, para ver cómo se disfrutan. Después de Zidane, nadie. Después de nadie, quién sabe.
Es posible, sí, que, tras aquel gol que coronaba su carrera y la de cualquiera, porque después de ganar el Mundial de París, con aquella muchedumbre cantando «¡Zidane, President!», y después de aquella Copa de Europa con el Real Madrid, ningún jugador puede ya ganar más en un campo de fútbol, Zidane se dedicara ya a preparar su retirada. Desde entonces, su fútbol cambió.Cada pocos largos días, en las tardes oscuras y claras del Bernabéu, ochenta mil espectadores le acompañaban en el sentimiento del fútbol, en la magia de un control de balón, cualquier balón, llovido del cielo sólo para que lo jugara Zidane. Era la estética, ilusoria catalogación de la belleza, era el pacto entre Zidane, mostrando lo hermoso que puede ser el fútbol, y el público del Bernabéu, mostrándole a Zidane cómo quería recordarlo. Entonces se fue. Para quedarse.
Quizás fue en el campo del Glasgow Rangers, cuando marcó el segundo gol al Bayer Leverkusen y con la novena Copa de Europa ascendió al olimpo de los dioses madridistas, casi sin esfuerzo, con esa elegante levedad que le hacía deslizarse por encima del balón sin tener que golpearlo, como si en realidad lo convenciera de que siguiera la dirección que le marcaba, por su propio bien.Persuadido el cuero de ser sólo aire, el balón y tras él Zidane se salvaban juntos y, de paso, redimían la tarde de los que, al terminar el partido, se disuelven en las tardes anochecidas de todos los inviernos del mundo, camino del bar para comentar el partido malo y la jugada milagrosa de Zidane, o de la casa familiar, para enterrarse en la penumbra grata o triste del día siguiente, ya al acecho. De tanta media pena banal, algodonada, angustiada y aburrida de esperar sin prisa el envite de la nada, nos redimía Zinedine Zidane jugando al fútbol, y nadie lo hará como él. Antes, sólo Di Stéfano para ver cómo se ganan los partidos.Luego, Zidane, para ver cómo se disfrutan. Después de Zidane, nadie. Después de nadie, quién sabe.
Es posible, sí, que, tras aquel gol que coronaba su carrera y la de cualquiera, porque después de ganar el Mundial de París, con aquella muchedumbre cantando «¡Zidane, President!», y después de aquella Copa de Europa con el Real Madrid, ningún jugador puede ya ganar más en un campo de fútbol, Zidane se dedicara ya a preparar su retirada. Desde entonces, su fútbol cambió.Cada pocos largos días, en las tardes oscuras y claras del Bernabéu, ochenta mil espectadores le acompañaban en el sentimiento del fútbol, en la magia de un control de balón, cualquier balón, llovido del cielo sólo para que lo jugara Zidane. Era la estética, ilusoria catalogación de la belleza, era el pacto entre Zidane, mostrando lo hermoso que puede ser el fútbol, y el público del Bernabéu, mostrándole a Zidane cómo quería recordarlo. Entonces se fue. Para quedarse.