21.2.07

 

A SANGRE FRIA 'El Egipcio' y sus chunguitos David Gistau

 

21-02-07



A SANGRE FRIA

'El Egipcio' y sus chunguitos


David Gistau

Los interrogatorios son fríos y educados como una entrevista de trabajo para un puesto de dependiente de ultramarinos. Por más que algunos insultos rebasen la caldera, es una cocción a fuego lento que posterga para otras jornadas el descenso al Hades de Atocha. Cuando otros testimonios harto más emotivos nos obligarán a encontrarnos con los 191 espectros familiares que de momento no son evocados sino como estadística. Mientras, la emisión en sesión continua da al juicio un cierto aire de reality show cuyos personajes apenas empiezan a asociarse a un arquetipo.


Como si la audiencia, bastante desinteresada en realidad, prefiriera a las teas y las horcas de la rabia un simple mensaje sms como el que se estila en otros formatos semejantes. En ese sentido, el que sin duda estaría ya nominado a estas alturas es Abdelmajid Bouchar, el atleta que confundió Belgrado con la casilla de seguridad del parchís.

Durante estas primeras sesiones, con los acusados ha ocurrido lo mismo que con las cucarachas cuando se enciende la luz. Se han desperdigado para ocultarse, no debajo de un mueble, sino detrás de una imagen calculada y llena de palabras de paz y amor con las que una presunta banda terrorista se hace pasar por el grupo Mocedades cantando a la Alianza de Civilizaciones. 'El Egipcio' y sus chunguitos.

Lo que sí han aportado Mouhannad Almallah y Fouad Morabit es una variación en los arquetipos redentores.

Nada que ver con la máscara de la humildad a la deriva que se pusieron El Egipcio y Haski. Fouad, lleno de recursos dialécticos y de templanza, se postuló como el yerno ideal: un joven políglota, sofisticado y de buena posición con suficientes propósitos personales en la vida como para resistirse a la tentación épica propuesta por «torpes» y «extremistas» como aquéllos con los que en algún momento coincidió en la mezquita de Estrecho o en el chiscón de Virgen del Coro. También Mohamed Atta, uno de los pilotos del 11-S, era el hijo acomodado de un médico egipcio, y eso no evitó que fuera abducido por la iluminación con el mismo entusiasmo que un suicida de los de chamizo de adobe. Pero Fouad exudó confianza y solvencia, y habrá que esperar para comprobar si las pruebas le desarman.

Almallah, el presunto conseguidor logístico, el que se afilió al PSOE como si se acogiera a sagrado al saberse perseguido, alegó que de su implicación la culpa la tiene el chachachá. O sea, una ex vengativa que se habría traído de una expedición putañera a Tánger y que ahora estaría intentando arruinar la existencia de un perfecto padre de familia tan alejado de los preceptos islámicos que en su videoteca, además de las filmaciones yihadistas, el gusto morboso también encontraría lugar para el porno duro. El juicio es una maraña. Cada acusado es un nudo por destrenzar. A la espera de las pruebas, los peritos y los testigos, no sabemos a quién hay que aborrecer y a quién compraríamos un coche de segunda mano. Lo que sí ha dejado demostrado el celo garantista de Gómez Bermúdez es que la más terrible matanza terrorista de la Historia española no la resolverá la venganza, sino la Justicia.

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