28.6.06
Leche de pantera
28-06-06
AL ABORDAJE
Leche de pantera
DAVID GISTAU
El director de este papel recordaba no hace mucho la crónica que escribió Tom Wolfe sobre el encuentro, en el apartamento del músico Leonard Bernstein, de la «izquierda rococó» neoyorquina y los Panteras Negras.
Para cuando fueron invitados a comer canapés y a explicarse, convertidos en atracción de la fiesta como la mujer que sale desnuda de la tarta en una despedida de soltero, los Panteras ya cargaban con un historial de asesinatos, con un listado de revindicaciones sectarias y de protestas contra la represión estatal, y con una imagen feroz de boina y gafas oscuras obtenida en el mismo mostrador de Cornejo donde la ETA se compra los pasamontañas de mirada alienígena. O sea, que tenían todo lo necesario para que los gauchistas divinos convocados por Bernstein sintieran la emoción de acariciar por turno el lomo de la bestia, recostada en su salón. Y, por añadidura, purgaran un poco el complejo de culpa burgués con una rebeldía de guateque que pasaba por ubicar a los criminales en el plano estético para ahí redimirlos.
Es demasiado pronto para pedir a 'Txapote' que salga de la tarta. Para invitarle a canapés y a explicarse en una reunión burguesa antes de la cual las mujeres llamen a su estilista para preguntar qué hay que ponerse para alternar con un terrorista: «¿Mi top de camuflaje estaría bien? Mira que si le da por pedirme las joyas para financiar la causa...». Es demasiado pronto para Txapote, pero no para Otegi, con quien la burguesía catalana, en un foro auspiciado por El Periódico, quería montarse una fiesta para nacionalistas rococó en plan la de Leonard Bernstein en su apartamento de Manhattan. Delante de ellos, Otegi iba a sacar su mapa para borrar unas fronteras con tippex y trazar otras nuevas con el pintalabios que le hubiera prestado alguna précieuse de la primera fila. Iba a alentar los aletargados espíritus contestatarios, tan dedicados últimamente al regadío de la masía, con un detallado relato de las represiones del Estado. E iba a templar como divertimento para una fiesta todo ese delirio étnico de las montañas sagradas y la tribu oprimida que, más allá del plano estético, ha justificado el asesinato de casi mil personas que en el apartamento de Bernstein se están dando mucha prisa en olvidar para que esa minucia apenas manche el pedigrí de los buenos salvajes que acaban de ingresar en todas las listas de invitados con un On contra el Out de las víctimas con que el presidente les aprobó de su puño y letra.
Esa recepción a la pantera iba a respaldar el proceso de redención etarra, su acogida entre nosotros, que es tan necesaria que hasta Santiago Carrillo, quien tanto sabe de lavar pasados, acaba de decir que a quien debiera perseguir la Policía es, no a los asesinos, sino a los manifestantes de la AVT. Cágate con los nuevos principios que nos vertebran. Así las cosas, no sorprende la campaña de difamación contra Grande-Marlaska. No le reprochan que aplique la ley aun contra el cálculo político. Sino que les joda la party a lo Bernstein, con lo In que queda recibir terroristas.
Para cuando fueron invitados a comer canapés y a explicarse, convertidos en atracción de la fiesta como la mujer que sale desnuda de la tarta en una despedida de soltero, los Panteras ya cargaban con un historial de asesinatos, con un listado de revindicaciones sectarias y de protestas contra la represión estatal, y con una imagen feroz de boina y gafas oscuras obtenida en el mismo mostrador de Cornejo donde la ETA se compra los pasamontañas de mirada alienígena. O sea, que tenían todo lo necesario para que los gauchistas divinos convocados por Bernstein sintieran la emoción de acariciar por turno el lomo de la bestia, recostada en su salón. Y, por añadidura, purgaran un poco el complejo de culpa burgués con una rebeldía de guateque que pasaba por ubicar a los criminales en el plano estético para ahí redimirlos.
Es demasiado pronto para pedir a 'Txapote' que salga de la tarta. Para invitarle a canapés y a explicarse en una reunión burguesa antes de la cual las mujeres llamen a su estilista para preguntar qué hay que ponerse para alternar con un terrorista: «¿Mi top de camuflaje estaría bien? Mira que si le da por pedirme las joyas para financiar la causa...». Es demasiado pronto para Txapote, pero no para Otegi, con quien la burguesía catalana, en un foro auspiciado por El Periódico, quería montarse una fiesta para nacionalistas rococó en plan la de Leonard Bernstein en su apartamento de Manhattan. Delante de ellos, Otegi iba a sacar su mapa para borrar unas fronteras con tippex y trazar otras nuevas con el pintalabios que le hubiera prestado alguna précieuse de la primera fila. Iba a alentar los aletargados espíritus contestatarios, tan dedicados últimamente al regadío de la masía, con un detallado relato de las represiones del Estado. E iba a templar como divertimento para una fiesta todo ese delirio étnico de las montañas sagradas y la tribu oprimida que, más allá del plano estético, ha justificado el asesinato de casi mil personas que en el apartamento de Bernstein se están dando mucha prisa en olvidar para que esa minucia apenas manche el pedigrí de los buenos salvajes que acaban de ingresar en todas las listas de invitados con un On contra el Out de las víctimas con que el presidente les aprobó de su puño y letra.
Esa recepción a la pantera iba a respaldar el proceso de redención etarra, su acogida entre nosotros, que es tan necesaria que hasta Santiago Carrillo, quien tanto sabe de lavar pasados, acaba de decir que a quien debiera perseguir la Policía es, no a los asesinos, sino a los manifestantes de la AVT. Cágate con los nuevos principios que nos vertebran. Así las cosas, no sorprende la campaña de difamación contra Grande-Marlaska. No le reprochan que aplique la ley aun contra el cálculo político. Sino que les joda la party a lo Bernstein, con lo In que queda recibir terroristas.