15.6.06
Los de Colón
14-06-06
AL ABORDAJE
Los de Colón
DAVID GISTAU
Tal vez recuerden una de las fotografías más significativas de la caída del Muro: la gente encaramada al cerrojo de hormigón, con la Puerta de Brandenburgo como un lienzo de atrezo justo detrás. En ese mismo lugar, donde la Puerta oculta hoy una pantalla gigante para que los berlineses sigan los partidos al solecito del Tiergarten, el pueblo se levantó contra la opresión por primera vez al otro lado del telón de acero. Junio de 1953, una primavera que anticipó la de Praga. Tan brutal fue la represión, que sin duda mereció la consigna soviética que la inspiró: Si el pueblo no conviene, cambiemos el pueblo. Se referían, claro, a sustituirlo por otro.
A Zetapé no le conviene una parte inmensa de nuestro pueblo. La que se levantó el pasado sábado en la plaza de Colón, no contra la opresión, sino contra la rendición de los principios soberanos que sustentaron la resistencia y la dignidad frente al terrorismo. Y como ese pueblo no le conviene, desea sustituirlo por otro. No por la vía de la eliminación a la soviética, sino por la de la negación, tanto de su cantidad como de su autoridad moral. De la primera negación se encargan los medios adictos, los que aún argumentan que en un mismo metro cuadrado en el que cabían por decenas faranduleros y progresistas en general apenas entra la panza de un votante del PP: no les queda sino denunciar el uso de maniquíes de El Corte Inglés para hacer bulto. De la segunda negación se ocupan las coristas intelectuales de Zetapé. Su escritor orgánico, ese Suso de Toro tan hábil en sus relaciones con el poder y tan acomodado al pesebre que hasta al PP supo sacarle un premio nacional, acaba de decir que el 10-J caracteriza a Madrid como ciudadela de la extrema derecha. Como una especie de Mordor que aún se resiste a la sanación que traen los bucólicos hobbits de la comarca periférica, donde por supuesto no hay indicios de que habiten extremistas ni aun cuando los políticos democráticos son perseguidos a huevazos o directamente a hostias. Y este tío es el oráculo al que consulta Zetapé.
Así, entre Suso de Toro y Prisa, inspirado cada uno por su afán de servicio al poder, de lo que se trata es de meter en la chistera a 10 millones de españoles que ejercen un derecho legítimo a la participación en su destino como nación para volver a sacarlos convertidos en un hatajo de fachas residuales que por supuesto no nos convienen. Y a los que por tanto cabe negar hasta la condición de pueblo, lo cual es lo más cercano a la eliminación que puede permitirse una democracia.
Pero la negación del pueblo es también la de la realidad. Y si la realidad acaba derribando muros, en mayor medida tirará un Gobierno endeble y cada vez más ensimismado en su propia endogamia, en sus camarillas narcisistas.
A Zetapé no le conviene una parte inmensa de nuestro pueblo. La que se levantó el pasado sábado en la plaza de Colón, no contra la opresión, sino contra la rendición de los principios soberanos que sustentaron la resistencia y la dignidad frente al terrorismo. Y como ese pueblo no le conviene, desea sustituirlo por otro. No por la vía de la eliminación a la soviética, sino por la de la negación, tanto de su cantidad como de su autoridad moral. De la primera negación se encargan los medios adictos, los que aún argumentan que en un mismo metro cuadrado en el que cabían por decenas faranduleros y progresistas en general apenas entra la panza de un votante del PP: no les queda sino denunciar el uso de maniquíes de El Corte Inglés para hacer bulto. De la segunda negación se ocupan las coristas intelectuales de Zetapé. Su escritor orgánico, ese Suso de Toro tan hábil en sus relaciones con el poder y tan acomodado al pesebre que hasta al PP supo sacarle un premio nacional, acaba de decir que el 10-J caracteriza a Madrid como ciudadela de la extrema derecha. Como una especie de Mordor que aún se resiste a la sanación que traen los bucólicos hobbits de la comarca periférica, donde por supuesto no hay indicios de que habiten extremistas ni aun cuando los políticos democráticos son perseguidos a huevazos o directamente a hostias. Y este tío es el oráculo al que consulta Zetapé.
Así, entre Suso de Toro y Prisa, inspirado cada uno por su afán de servicio al poder, de lo que se trata es de meter en la chistera a 10 millones de españoles que ejercen un derecho legítimo a la participación en su destino como nación para volver a sacarlos convertidos en un hatajo de fachas residuales que por supuesto no nos convienen. Y a los que por tanto cabe negar hasta la condición de pueblo, lo cual es lo más cercano a la eliminación que puede permitirse una democracia.
Pero la negación del pueblo es también la de la realidad. Y si la realidad acaba derribando muros, en mayor medida tirará un Gobierno endeble y cada vez más ensimismado en su propia endogamia, en sus camarillas narcisistas.