9.6.06

 

Negociación, en mi nombre, ¡NO!

 

09-06-06



LA TRASTIENDA

Negociación, en mi nombre, ¡NO!


ISABEL SAN SEBASTIAN

Hay una contradicción perversa en el discurso gubernamental favorable a la negociación con ETA. Por una parte, se afirma que la banda, prácticamente vencida, no puede volver a matar, pues ni la sociedad española ni su propia parroquia siquiera se lo permitirían después de tres años sin asesinatos y de una masacre como la del 11-M. Por otra, se apela a la generosidad de los ciudadanos, a su anhelo de paz y a su cintura, para que avalen un proceso en el que, naturalmente, ambas partes habrán de ceder algo con el fin de llegar a un acuerdo. ¿En qué quedamos? Si los terroristas no tienen capacidad para hacernos daño, ¿por qué debemos entregarles nada? Y si, por el contrario, siguen representando una amenaza real, ¿a santo de qué nos fiamos de ellos? Unicamente cabe una explicación y es la convicción íntima, inconsciente tal vez, y desde luego inconfesada, por parte del socialismo de José Luis Rodríguez Zapatero, de que algo de legitimidad tienen en los fines, que no en los métodos, los criminales del hacha y la serpiente.

A diferencia de Pedro J., yo ya he dejado de creer en la buena intención del presidente del Gobierno. No dudo que quiera lograr el fin de la violencia etarra, pero niego que pretenda hacerlo por la vía de la derrota, tal y como exige el Pacto Antiterrorista que él mismo propuso. Tal y como exige la Historia en este caso, que nada tiene en común ni con el de Irlanda ni con ningún otro. Tal y como exige la gran mayoría de las víctimas del terrorismo.

ZP no quiere una paz con vencedores y vencidos, según la definición de su compañero Enrique Múgica. Persigue un arreglo más o menos amistoso con el conjunto de la izquierda abertzale, incluidos los pistoleros, que le permita utilizarlos como socios en su plan de ocupación permanente de poder. Ansía un pacto similar al trenzado en su día con ERC, que le sirva de coartada para ahondar en la voladura de esta España de la Transición que ni se cree ni le resulta propia. Está dispuesto a sentarse a hablar con la mafia del tiro en la nuca, a sabiendas de que le harán pagar, porque no le duele lo más mínimo la moneda en la que habrá de abonar la factura. Antes al contrario, es calderilla que le pesa en los bolsillos.

Yo, en cambio, sí creo en esta España constitucional y democrática. Creo que quien secuestra, extorsiona o arrebata una vida debe purgar su crimen en la cárcel, sean cuales sean sus pretextos. Creo en la dignidad y en la memoria de los muertos. Por eso estaré mañana a las seis de la tarde en la plaza de Colón, para sumar mi voz a la de las víctimas que gritan, una vez más, «Negociación, en mi nombre, ¡NO!».

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