7.6.06

 

Espada contra el terror

 

7-06-06



LA TRASTIENDA

Espada contra el terror


ISABEL SAN SEBASTIAN

La Espada de Arcadi está afilada, aunque no hiere la carne. Se hunde en las buenas conciencias del nacionalismo acomodado con la precisión del artesano paciente que sabe hacer su trabajo, sin alharacas, ni vehemencia en los gestos, ni una palabra más alta que la otra. Tal vez por eso exacerba los ánimos de aquellos a quienes combate, hasta el punto de obligarles a revelar su auténtica naturaleza intolerante, totalitaria, xenófoba y violenta.

La Espada de Arcadi es certera. Forjada en el acero de unas sólidas convicciones que sitúan al individuo, no a la nación o a la tribu, como referente de cualquier política; templada con el carbón de una cultura universal que trasluce en sus escritos, golpea sin piedad el sectarismo identitario de quienes anteponen sus intereses partidistas o los de sus territorios, a la libertad y los derechos de las personas.

La Espada de Arcadi reluce como un farol en el cielo mortecino de una Cataluña cada vez más acrítica, donde la prensa local ni se molesta en informar de la agresión que ha sufrido, porque todo vale con tal de arañar una porción de poder, un porcentaje de comisión o una campaña institucional que engrose su cuenta de resultados. Un universo regido por la omertá, que deja a la gran familia la tarea de esconder los trapos sucios.

Hace ahora una década, cuando el etarra Ternera se sentaba en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento de Vitoria y el PNV negociaba en secreto con ETA las condiciones de la tregua-trampa, un compañero de tertulia fue increpado en San Sebastián mientras paseaba por la Concha. Cuando le intenté consolar con la frase «bienvenido al club», su respuesta fue tajante: «¡Es que una cosa es que te insulten a ti y otra muy distinta que me insulten a mí!». Un acto fallido que el padre Niemöler explicó magistralmente en su célebre poesía que habla de judíos, comunistas y demás víctimas inocentes de la barbarie nazi.

Arcadi ha sido insultado y golpeado por quienes entienden que la democracia consiste en expulsar del escenario a cualquiera que se atreva a discrepar, pero su dignidad está intacta. Esos trescientos metros recorridos bajo el vómito de los nazionalistas no hacen sino agrandar su figura, demostrando la necesidad imperiosa de que sus Ciudadanos de Cataluña sigan luchando. Otros pasaron por ahí en el País Vasco hace ya muchos años sin abjurar de sus principios ni rendirse al terror. Soportaron vejaciones, descalificaciones y hasta el exilio forzoso, por no hablar de los que, como José Luis López de Lacalle, se dejaron la vida. Por ellos, por todos nosotros, es necesario que Arcadi siga blandiendo su Espada.

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