5.7.06

 

La beligerancia

 

05-07-06


AL ABORDAJE

La beligerancia

DAVID GISTAU

Cuando todavía era presidente de la Comunidad madrileña, Gallardón se cepilló a un director de Telemadrid por la emisión de un reportaje sobre el Norte en el que apreció poco entusiasmo por «la beligerancia y el compromiso». El hecho se nos antojó entonces fundamental. No ya porque delatara el escaso margen de maniobra de los medios públicos amarrados al poder, circunstancia que en los ámbitos nacionalistas alcanza el extremo al serle exigida militancia -o beligerancia a lo Rubianes con su «Puta España»- a cualquiera que aspire a existir civil y profesionalmente. Sino, sobre todo, porque evidenciaba que al poder le basta el pretexto de un supuesto interés de Estado o de una amenaza a la patria más o menos exagerada para domesticar el periodismo obligándole a entregarse como cauce de propaganda: la cadena Fox, comprometida y beligerante desde el 11-S.

En este sentido, hasta la investigación de los GAL habría quebrantado la beligerancia o mansedumbre patriótica, según los parámetros de Gallardón, argumento que por supuesto fue utilizado por quienes la desprestigiaron para intentar salir impunes.

Sujetos por definición los medios públicos, entregados a la propaganda por vocación los acólitos, y no del todo controlados los restantes pese a intentos de anulación como el CAC que incluyen hasta campañas de difamación personales, a Zetapé no le quedaba sino rescatar el pretexto del interés de Estado para tratar de motivar entre el periodismo una nueva acepción de beligerancia, esta vez con el proceso, esta vez a favor de ETA en vez de en contra, que pasa por aprender a guardar silencio. Justo ahora que llega ETA con su carta a los Reyes Magos y en su entorno cunde la euforia por la cercana victoria política, se trata de vaciar esa garita de vigilancia periodística que en diversas ocasiones ha tenido una función correctora que impuso al poder unos límites impensables en cualquier forma de totalitarismo. Y, por tanto, esenciales por pura higiene en cualquier democracia con madurez suficiente como para asumir la existencia de mecanismos de auto-control que a veces consistan en salvarla de sí misma saltándose si es preciso el empleo del patriotismo como coacción e invitación a la propaganda de tiempo de guerra. Se trata de eso. Y, para lograrlo, el Gobierno no ha recurrido esta vez a la polarización cavernaria. Ni ha enviado a Santiago Carrillo para que cumpla funciones de sicario urgente como Luca Brasi cuando le llamaba Vito Corleone. Esta vez ha levantado el banderín de enganche de un supuesto interés de Estado desde el cual, como cuando la investigación del GAL, resultará fácil estigmatizar como traidores a aquellos revoltosos que se atrevan a cuestionar la vinculación de los intereses concretos de un partido político con los de la patria.

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