13.3.07
Objetivo: las Torres Kio
13-03-07
A SANGRE FRIA
Objetivo: las Torres Kio
David Gistau
En los interrogatorios a los que fue sometido al principio del juicio, Mouhannad Almallah vendió una imagen de vividor algo chulesco, enredado en problemas de faldas, y en cuya videoteca era más fácil encontrar pornografía que rapsodia de la yihad. El dueño del chiscón de Virgen del Coro es el único acusado que acude trajeado a las sesiones, mientras que sus compañeros de jaula eligen para completar el camuflaje occidental vestimentas que, aunque de marca, son más casuales, más de fiebre del sábado noche. Apuntalada por el nudo Windsor una aureola formal de tipo al que cualquier ama de casa permitiría que se le llevara la lavadora averiada, a Mouhannad no le quedaba ya sino culpar de sus quebrantos judiciales al afán de venganza de una esposa despechada a cuyo testimonio protegido, entonces, podría poner letra y música Paquita la del Barrio: «Tres veces te engañé. Una por coraje, otra por capricho y la tercera por placer».
De lo que no cabe duda es de que Mouhannad tenía razones para temer a su ex como Enrique Ponce decía que hay que temer a los sobreros. A su ex, y a algún elemento más de su antigua familia política. Porque tanto ella como el ex cuñado se dedicaron ayer a rascarle a Mouhannad la corteza indumentaria para desnudar a un yihadista de manual que en las sesiones de captación en Virgen del Coro hacía proselitismo con vídeos en los que aparecían familias aplastadas por carros de combate y padres obligados a violar a sus propias hijas, todo ello acompañado por coros yihadistas. Y en el que había tal anhelo de emular a Bin Laden que aseguró no poder descansar hasta que hubiera logrado plagiar el 11-S derribando los colmillos de las Torres Kio. La masacre del 11-M tampoco habría sido ajena al modelo propuesto por Al Qaeda, que en sus comunicados anteriores al atentado de Madrid y al de Londres invitaba a atacar en hora punta las arterias de comunicación de las capitales occidentales.
El testimonio de la ex esposa gravitó en la sala mucho más estremecedor que el de 'Y-26'. En parte, porque refirió amenazas de muerte desde el entorno de Mouhannad por las que sería cazada tarde o temprano. Y también porque retrató la indefensión de una mujer atrapada en una trama de maltratos, policías enseñando la placa, sospechas, cajones con contenidos misteriosos, teléfonos enchufados por la Policía, reuniones conspirativas y terroristas del calibre de 'El Tunecino' y Maimouni llamando a la puerta de madrugada.
Lo de Y-26 fue más deslavazado e incluso ridículo. Primero, porque su incapacidad de comprender cualquier idioma en que se le hablase y los líos con la traducción simultánea convirtieron su comparecencia en un sketch propio del cuñao de Jesús Quintero antes que en el testimonio del cuñado de un terrorista que habría visitado el mismo corazón de la conjura. Y luego, porque este pobre hombre que no recordaba ni cuándo se casó, que se trabucaba y se contradecía, y al que su boda se le llenó de yihadistas a los que ni siquiera conocía, terminó llevando a la jaula más jolgorio que preocupación. Media mañana se fue en explicarle qué es un micrófono, y así todo.
De lo que no cabe duda es de que Mouhannad tenía razones para temer a su ex como Enrique Ponce decía que hay que temer a los sobreros. A su ex, y a algún elemento más de su antigua familia política. Porque tanto ella como el ex cuñado se dedicaron ayer a rascarle a Mouhannad la corteza indumentaria para desnudar a un yihadista de manual que en las sesiones de captación en Virgen del Coro hacía proselitismo con vídeos en los que aparecían familias aplastadas por carros de combate y padres obligados a violar a sus propias hijas, todo ello acompañado por coros yihadistas. Y en el que había tal anhelo de emular a Bin Laden que aseguró no poder descansar hasta que hubiera logrado plagiar el 11-S derribando los colmillos de las Torres Kio. La masacre del 11-M tampoco habría sido ajena al modelo propuesto por Al Qaeda, que en sus comunicados anteriores al atentado de Madrid y al de Londres invitaba a atacar en hora punta las arterias de comunicación de las capitales occidentales.
El testimonio de la ex esposa gravitó en la sala mucho más estremecedor que el de 'Y-26'. En parte, porque refirió amenazas de muerte desde el entorno de Mouhannad por las que sería cazada tarde o temprano. Y también porque retrató la indefensión de una mujer atrapada en una trama de maltratos, policías enseñando la placa, sospechas, cajones con contenidos misteriosos, teléfonos enchufados por la Policía, reuniones conspirativas y terroristas del calibre de 'El Tunecino' y Maimouni llamando a la puerta de madrugada.
Lo de Y-26 fue más deslavazado e incluso ridículo. Primero, porque su incapacidad de comprender cualquier idioma en que se le hablase y los líos con la traducción simultánea convirtieron su comparecencia en un sketch propio del cuñao de Jesús Quintero antes que en el testimonio del cuñado de un terrorista que habría visitado el mismo corazón de la conjura. Y luego, porque este pobre hombre que no recordaba ni cuándo se casó, que se trabucaba y se contradecía, y al que su boda se le llenó de yihadistas a los que ni siquiera conocía, terminó llevando a la jaula más jolgorio que preocupación. Media mañana se fue en explicarle qué es un micrófono, y así todo.
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