8.3.07

 

A SANGRE FRIA El hombre que sabía demasiado David Gistau

 

08-03-07



A SANGRE FRIA

El hombre que sabía demasiado


David Gistau

Una combinación propia de los dados trucados: el número 11.304 con el que es anunciado como testigo protegido el confidente 'Cartagena' coincide con la fecha de los atentados. Su aparición provoca revuelo dentro de la jaula. Los acusados se inclinan para verle al otro lado de la cortina medio bajada. No tanto para averiguar cómo son los rasgos de un rostro que ya conocen, sino más bien para intimidarle. Lo logran. Cartagena duda antes de acercarse aún más al cristal y tarda en sentarse. Gómez Bermúdez le conmina a hacerlo: «Siéntese. Es una orden», y luego pide que se baje por completo la cortina para ocultarle las gárgolas que le perturban. Desaforado como aún no se le había visto en este juicio al que asiste en un constante trance somnoliento, 'El Egipcio' se parte de risa y parodia para los demás la cara de miedo que acaba de contemplar, que tal vez acaba de causar.


El miedo parece ser el sentimiento dominante en la vida de Cartagena durante los últimos años. Desde que, en 2001, dice que forzado por amenazas, inició con la UCIE una colaboración esencial en esta causa y en otras referentes al terrorismo islamista. Fue durante este interrogatorio en el que alteró declaraciones anteriores, dictadas según él por sus interlocutores policiales para que omitiera referencias a ETA y mencionara nombres que interesaban a la investigación, cuando Cartagena se despojó del miedo que le tuvo atenazado: «Cuando yo era un ignorante y les creía cuando decían que podían expulsarme, aunque estuviera casado con la hija del Rey».

En un momento de esta terapia suya de superación, pidió incluso que alzaran la cortina -petición secundada con entusiasmo dentro del habitáculo- para enfrentarse a aquéllos entre los que se infiltró de un modo tan hondo que incluso estuvo entre los escasos elegidos de 'El Tunecino' para aquella última cena de teléfonos móviles prohibidos, durante la cual levantaron la mano los discípulos que se sentían preparados para el martirio inminente: «Algo falló en la UCIE. Les informé de la cena, pero era viernes y me dijeron que no trabajaban los fines de semana. Luego, a raíz de esta información, me ordenaron no vigilar más a El Tunecino porque hablaba mucho, pero no haría nada».

La declaración de Cartagena abrió ayer una nueva trocha especulativa que perjudica a la UCIE y espolvoreó sobre el juicio interrogantes terribles que, como mínimo, insinúan episodios garrafales de negligencia en la prevención de los atentados. Sobre todo si se le concede crédito a todas las confidencias desatendidas y al relato de ese seguimiento en moto hasta un Vips de Príncipe de Vergara en el que habría descubierto un contacto entre la UCIE y El Tunecino.

Ahí cobraría todo su sentido la frase del comisario que, durante la entrevista del 3 de abril en el parque Juan Carlos I, habría dicho: «Si este moro habla, la hemos cagado». Y acaso para que no hablara, se le habría invitado a meterse en el refugio de Leganés ya localizado, pero todavía intacto: «Si lo hubiera hecho, ahora yo también estaría muerto». Cuando Cartagena dijo esto, en la jaula los acusados gesticularon un «¡Huuuyy!» como cuando el balón pega en el poste. No debieron de ser los únicos.

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