8.7.06

 

El accidente

 

08-07-06



LOS PLACERES Y LOS DIAS

El accidente


FRANCISCO UMBRAL

El momento español es muy arriesgado, pero tampoco infernal porque en este segundo trastorno civil ya no hay catástrofe; sólo hay accidente.

La dialéctica de los accidentes la aprendimos todos de los neoyorquinos cuando la cosa de las Torres. Si aquello se hubiera declarado catástrofe o atentado, hoy estarían todavía sacando bomberos y libros de Oriana Fallaci, pero el presidente Bush, el ceporro Bush, se conformó con que los periódicos hablasen de azar, de plurales azares coincidentes, hasta que el gentío, el rústico gentío, aprendió asimismo a decir «catástrofe de Manhattan», «movida de Manhattan».

Y entonces es cuando Bush pudo enviar a todos los Orientes orientales sus numerosas tropas, sus voluntarios españoles y sus soldados verde caqui, que a veces eran los mismos que los otros, exactamente iguales, pero le sirvieron a Zapatero para ganar una guerra o lo que aquello fuese. Ahora, nosotros, con lo de Valencia, estamos en la etapa «suceso», «error», «horror».

La característica del suceso es que pasa de catástrofe a maniobra, cuando primero ha sido ensayo atómico, intento a fuego limpio y gestión política. Lo de Valencia, ahora, se nos ha vendido como azar, como fatal casualidad, como lamentable fallo, pero a nadie se le ha ocurrido hablar de atentado terrorista, porque eso es fomentar el fuego y el miedo. En estos momentos, en esta mañana excesiva de sol y de promesas, la cosa ha sido todavía un caso, un ocaso, una mala suerte, un fogonero borracho y un tren como el de los Hermanos Marx.

Ya lo decía Franco. «No estamos maduros». En efecto, no estamos maduros para asimilar, entre el desayuno y el almuerzo, entre el pitillo negro y el rubio optimista, un desastre mundial, una plaga lírica, un montón de víctimas donde sólo queda la mujer de Lot, que tuvo la malicia femenina de mirar hacia atrás (siempre hay un mirón atrás), que así fue como la sal la salvó enharinada en llamas como una croqueta.

Efectivamente, aquella dama bíblica murió por salvar el culo, que siempre hay un curioso mirando el culo. El terrorismo internacional, ultramecánico y primitivo sembró sus curiosos por Valencia, cuando lo valenciano y lo típico es sembrar jubilados por las residencias. Es buena política eso de compartir el terror llamándolo casualidad, hasta que al personal se le va infiltrando la noción de peligro, de atentado -otro-, de hostilidad, de abuso. Así, golpe a golpe del azar, nos han metido la democracia en España, la libertad de tener miedo, el miedo de tener libertad.

Así que lo de Valencia se pasará pronto. Ya decíamos ayer aquí que Valencia es la ciudad más hermosamente lúdica de España y tiene un tranvía que siempre nos lleva a la Malvarrosa, salvo cuando se extravía hacia el mar. Pero pronto llegará la realidad burocrática y madrileña de los informes. Sólo un informe ministerial puede inventar la realidad real, crear otra, y en eso andan ahora los cerebros políticos, los memoriones, los que saben, como el poeta, que también la verdad se inventa. Pero no se inventa sino que se multiplica, se recrea, se reinventa hasta que viene a ser otra verdad. La verdad bíblica, erótica y lúdica de una mujer que escapa a los evangelistas y a Dios, que siempre está callado, como dijo aquel otro chorbo de la Biblia.

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