1.9.06
El sí a la guerra
01-09-06
AL ABORDAJE
El sí a la guerra
DAVID GISTAU
La misión de las tropas españolas en Líbano puede enfangarse en la ineficacia que tantas veces, como en los Balcanes, ha caracterizado a la ONU y ha hecho necesaria la intervención americana a modo de Leviatán hobbesiano. Aun así, al asumirla junto a otras que tienen llenos de chinchetas los mapas del palacio de Buenavista, Zetapé refuta el aislacionismo jipi que fue argumento electoral cuando el No a la guerra, y acerca a España al ideal aznariano de una nación con los pies sobre la mesa, que se proyecta al exterior para participar en los grandes hechos de su tiempo en vez de ausentarse mientras los resuelven otros, y que toma posiciones en la primera línea de defensa -en el limes- contra el terrorismo islámico. En todas partes salvo en Irak, escenario tabú para Zetapé mientras prefiera que no se le note tanto que se ha pasado al otro lado de la pancarta. Sin que por ello, por cierto, deba temer las protestas de los centinelas morales de la pegatina en la solapa, que están anulados por su naturaleza sectaria y por el clientelismo de las subvenciones en este asunto como en otros.
Lo más acorde con el buen rollito de nuestro entrañable profeta de la paz habría sido mandar una unidad aerotransportable de actrices con conciencia para que repartieran rosas blancas entre los buenos salvajes de Hizbulá. Pero cabe la posibilidad de que Hizbulá no sea la ONG comprometida con el bienestar de la gente defendida por Santiago Carrillo con la fascinación típicamente euro-idiota por cualquier enemigo del Satán imperialista, ya se trate de un tirano anacrónico o de una organización que practica el asesinato en masa. Cabe la posibilidad de que Hizbulá no se avenga a entregar los Katiushas con los que acosa a Israel para abreviar el tránsito hacia su desintegración y expulsión al mar, ni aunque la familia Bardem y Suso de Toro se lo pidan por favor, venga, tío, enróllate, Hakuna Matata. Por eso se envía a la Infantería de Marina y a la Legión. Porque el ideal aznariano, renovado ahora por Zetapé en todo, salvo en la vanidad megalómana de la fotografía en Azores, pasa por ubicar tropas españoles en zonas de guerra donde no se reparten yogures, precisamente, y donde nuestros militares afrontan posibilidades de entrar en combate de las que no es consciente la opinión pública. Porque la última sumisión de Zetapé a su discurso pacifista consiste en rebajar o en negar la categoría bélica de las misiones para que parezcan actividades más propias de una ONG que de un ejército, y para que las muertes en servicio, como las que ocurrieron en Afganistán, pasen por meros accidentes laborales, como quien se cae de un andamio, o algo así. Lo cual, encima, es una falta de respeto a los expedicionarios que mengua el mérito de lo que hacen y del valor ante lo que afrontan.
Lo más acorde con el buen rollito de nuestro entrañable profeta de la paz habría sido mandar una unidad aerotransportable de actrices con conciencia para que repartieran rosas blancas entre los buenos salvajes de Hizbulá. Pero cabe la posibilidad de que Hizbulá no sea la ONG comprometida con el bienestar de la gente defendida por Santiago Carrillo con la fascinación típicamente euro-idiota por cualquier enemigo del Satán imperialista, ya se trate de un tirano anacrónico o de una organización que practica el asesinato en masa. Cabe la posibilidad de que Hizbulá no se avenga a entregar los Katiushas con los que acosa a Israel para abreviar el tránsito hacia su desintegración y expulsión al mar, ni aunque la familia Bardem y Suso de Toro se lo pidan por favor, venga, tío, enróllate, Hakuna Matata. Por eso se envía a la Infantería de Marina y a la Legión. Porque el ideal aznariano, renovado ahora por Zetapé en todo, salvo en la vanidad megalómana de la fotografía en Azores, pasa por ubicar tropas españoles en zonas de guerra donde no se reparten yogures, precisamente, y donde nuestros militares afrontan posibilidades de entrar en combate de las que no es consciente la opinión pública. Porque la última sumisión de Zetapé a su discurso pacifista consiste en rebajar o en negar la categoría bélica de las misiones para que parezcan actividades más propias de una ONG que de un ejército, y para que las muertes en servicio, como las que ocurrieron en Afganistán, pasen por meros accidentes laborales, como quien se cae de un andamio, o algo así. Lo cual, encima, es una falta de respeto a los expedicionarios que mengua el mérito de lo que hacen y del valor ante lo que afrontan.