15.3.07

 

A SANGRE FRIA El comodín de la perito David Gistau

 

15-03-07



A SANGRE FRIA

El comodín de la perito


David Gistau

Si la Justicia, como la poesía según Edith Piaf, es el bálsamo de las heridas, de este juicio cabe esperar que ayude a restañar la enorme herida abierta de las víctimas que cada día se enfrentan al habitáculo con entereza y contención. Pero no sólo eso. El juicio también debía servir para desbrozar la maleza de teorías alrededor del 11-M y evitar así la perpetuación de un folclor del misterio comparable al del asesinato de Kennedy. Habrá quien haya acudido a las sesiones empeñado en adaptar los hechos a sus propios prejuicios. A éstos les costará admitir que ningún indicio de los que se han ido explorando hasta el momento sólo en el ámbito del juicio conduce a ETA, por más que algunos abogados de la acusación particular busquen rasgos caucásicos donde sólo los hay árabes y sigan siempre un rastro predeterminado para aferrarse a una estrategia que favorece a las defensas.

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Sin embargo, incluso quien asiste al proceso sin apego a ninguna teoría previa encuentra motivos para cuestionar la actuación policial. Tanto la anterior al 11-M, con las confidencias, y los teléfonos enchufados, y las vigilancias en Morata, y los delincuentes y yihadistas controlados que no bastaron para subir la guardia y evitar el atentado: «Como hable el moro éste, la hemos cagado». Como la inmediatamente posterior, con esas pistas, las famosas migas de Pulgarcito, que surgieron para favorecer un esclarecimiento rápido.

La comparecencia del entonces jefe de los Tedax, Sánchez Manzano, resumió ayer esa mezcla de incompetencia e intención. El policía, que fue destituido a finales de 2006 después de indignar al SUP con sus confusiones respecto a la presencia de nitroglicerina, que firmó el visto bueno a informes cuyo contenido ignoraba o no comprendía -«Yo no soy un tedax»-, esquivó todas las preguntas técnicas con las que no quiso molestarle la Fiscalía remitiéndose a la perito igual que en un concurso de la televisión se recurre al comodín de la llamada para delegar una respuesta complicada.

Se aferró al protocolo para justificar que las muestras «pesables», como ese cartucho de la Kangoo que un perro no olió, no fueran enviadas al laboratorio de la Policía Científica. No supo explicar por qué no fue encontrada en la inspección de la escena del crimen, junto a otras bombas neutralizadas mediante explosiones controladas, la mochila que luego apareció en la comisaría de Vallecas.

Alegó que era imposible determinar los componentes antes de asegurar que los componentes servían para determinar que era dinamita, paradoja ante la cual al presidente del tribunal se le puso cara de sudoku. Eso sí, reveló que la Kangoo llegó a Canillas 50 minutos antes de lo que señala el informe oficial. Tiempo de desaparición suficiente para alterar una parte trasera en la que un guía canino sólo había visto un chaleco reflectante mientras que su perro, por más que husmeó, no detectó explosivos.

Si este juicio ha de servir para que no se perpetúen los misterios, aquí hay algunos por resolver, por más que ello no guste a los partidarios de la teoría oficial que también tratan de adaptar los hechos a sus propios prejuicios.

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