1.5.06
Modelo gramsciano
01-05-06
COMENTARIOS LIBERALES
Modelo gramsciano
FEDERICO JIMENEZ LOSANTOS
En los largos años de la Guerra Fría, cuando ese enemigo implacable llamado la URSS, o sea, el comunismo obligaba a la virtud hasta a los occidentales más blanditos, las elecciones se planteaban en singular, porque en el fondo vivíamos siempre la misma elección: el modelo de sociedad socialista, estatista, intervencionista y policial y el otro modelo: occidental, democrático y liberal, dispuesto a luchar a muerte con el socialismo real. Era la única respuesta a lo que La Internacional llamaba «la lucha final» contra el capitalismo, la democracia burguesa y el Estado de Derecho, léase liberalismo. Nunca la izquierda ha creído en la ley, la división de poderes y la independencia de los jueces.La poderosa secta Justicia democrática es un vestigio vivo de ese modelo de sociedad.
Porque siempre volvíamos al modelo de sociedad: al que los regímenes liberal-democráticos permitían y al que los regímenes comunistas o socialistas controlaban, al que acababa refiriéndose al hermano mayor norteamericano y el que finalmente tenía como padrino al primo de Zumosol soviético, aquel Ejército Rojo fundado por Trotski y actualizado por todas las guerrillas y bandas terroristas del Tercer Mundo. Y en aquellos países donde la guerrilla era imposible porque Occidente estaba en guerra y se defendía de verdad, como en Italia, se recurría a una forma de conquistar el Poder y modelar la sociedad distinta de la de Lenin: la de Antonio Gramsci. Se trata de lograr la hegemonía social a través de la conquista aparentemente pacífica pero implacablemente sectaria de los aparatos del Estado, especialmente en Educación, Comunicación, Cultura y Justicia. Si se podía penetrar en el Ejército o la Policía, mejor, pero no corría prisa. No se trataba de la conquista fulminante y violenta del Poder, modelo bolchevique, para cambiar la sociedad, sino de irla cambiando mientras se cercaba el poder, hasta que cayera él solo. Hoy ha desaparecido Vladimir Gulag, el tirano soviético, pero Gramsci, el jorobadito al que Mussolini encarceló, triunfa en toda regla. En España, más que en ninguna parte.
Gramsci pertenece a la Komintern, al comunismo pasado por Münzenberg, a la propaganda como hecho militar, a «la mentira como arma revolucionaria», Lenin dixit. La realidad virtual en que vivían los comunistas (desvelada por tantos disidentes de la generación de Gramsci, Lenin y Stalin, entre ellos no pocos españoles hoy olvidados) es la que impone todo régimen intervencionista y dictatorial, huelga decir que por nuestro bien. Hoy, en la antaño llamada España, Gramsci disfrutaría viendo cómo se llevan a cabo sus ideas de toma del Poder por completo y sin que se note. Vería con admiración a Cebrián, Polanco o Zapatero. Ah, y ante Rubalcaba, por supuesto, se descubriría.
Porque siempre volvíamos al modelo de sociedad: al que los regímenes liberal-democráticos permitían y al que los regímenes comunistas o socialistas controlaban, al que acababa refiriéndose al hermano mayor norteamericano y el que finalmente tenía como padrino al primo de Zumosol soviético, aquel Ejército Rojo fundado por Trotski y actualizado por todas las guerrillas y bandas terroristas del Tercer Mundo. Y en aquellos países donde la guerrilla era imposible porque Occidente estaba en guerra y se defendía de verdad, como en Italia, se recurría a una forma de conquistar el Poder y modelar la sociedad distinta de la de Lenin: la de Antonio Gramsci. Se trata de lograr la hegemonía social a través de la conquista aparentemente pacífica pero implacablemente sectaria de los aparatos del Estado, especialmente en Educación, Comunicación, Cultura y Justicia. Si se podía penetrar en el Ejército o la Policía, mejor, pero no corría prisa. No se trataba de la conquista fulminante y violenta del Poder, modelo bolchevique, para cambiar la sociedad, sino de irla cambiando mientras se cercaba el poder, hasta que cayera él solo. Hoy ha desaparecido Vladimir Gulag, el tirano soviético, pero Gramsci, el jorobadito al que Mussolini encarceló, triunfa en toda regla. En España, más que en ninguna parte.
Gramsci pertenece a la Komintern, al comunismo pasado por Münzenberg, a la propaganda como hecho militar, a «la mentira como arma revolucionaria», Lenin dixit. La realidad virtual en que vivían los comunistas (desvelada por tantos disidentes de la generación de Gramsci, Lenin y Stalin, entre ellos no pocos españoles hoy olvidados) es la que impone todo régimen intervencionista y dictatorial, huelga decir que por nuestro bien. Hoy, en la antaño llamada España, Gramsci disfrutaría viendo cómo se llevan a cabo sus ideas de toma del Poder por completo y sin que se note. Vería con admiración a Cebrián, Polanco o Zapatero. Ah, y ante Rubalcaba, por supuesto, se descubriría.