20.6.06
El saco
20-06-06
VICIOS DE LA CORTE
El saco
RAUL DEL POZO
Quiero mucho a mi nación, pero no hasta el punto de perder por ella un día de fascinante mar. La mayoría de los catalanes prefirió las sirenas de la Vinyeta, la playa nudista, a los pulpos de la plaza de San Jaime. Sintieron la llamada del Meditarráneo y se tostaron al sol de la Barceloneta, de Castelldefels o de la Almadraba de Roses, mientras los niños jugaban al voleibol. Se les hizo tarde para apoyar a la nación; los atascos en las autovías fueron su coartada interior.
«No creas, alma mía, en la vida eterna / aprovecha al máximo la vida terrena», les dejó dicho un poeta del Mediterráneo. Y otros cantaron aquello del mar y no pensar en nada; el mar, la mar, por qué me trajiste, padre, a la ciudad. Los deseos al galope redujeron su patria al contorno de una sombrilla, al intercambio de sonrisas con el mar; y a las ocho de la tarde el plácido día de verano acabó en una meteorología política absolutamente inestable. Ahora el PP pedirá un nuevo proceso constituyente, con República y todo, Zapatero, preparará el nuevo abrazo de Vergara después del espaldarazo a su España plural, los de ERC seguirán luchando por un Estat Catalá, mientras Convergència prepara un Gobierno, en el caso de que puedan convencer a Maragall de que en la residencia podrá jugar a la petanca. Pero que nos den el coñazo con más cuentos de miedo y victimismo.
Abstención fue el mensaje que le enviaron a una clase política cebada, endogámica, corrupta que ya retrató Azaña en La velada de Benicarló: políticos de la codicia, la deslealtad que coaccionaban a un Estado decrépito, un dinosaurio rodeado de predadores. El rumor sordo del porvenir indica que los catalanes, frente a lo que insinúan sus políticos, no quieren prescindir de España. El 11 de septiembre de 1977 estalló la más grande manifestación autonomista de la historia catalana; un millón de personas desfiló por las calles de Barcelona; pero no estaban solos; todos los demócratas españoles, en todas las ciudades de España, gritaron a la vez, «Volem l Estatut»; aquella inmensidad que logró la máxima descentralización de cualquier otro país europeo, se ha reducido al 36 % de su propio censo. ¿Qué hicieron los políticos catalanes de aquella mayoría, de aquella esperanza?
Los socialistas que, según Marx, con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaron el saco de mendigo por montera; ahora tremolan el saco del nacionalismo; dan el hisopazo al ciempiés, urden mayoría con el provincianismo fatuo, mientras éstos siguen con la labor de zapa. Los socialistas de Madrid han dado el abrazo a aquellos señoritos catalanes que al principio de la Transición se sortearon las siglas. Y el realismo feroz les dijo ayer a los políticos de aquí y de allá lo que tenía que decirles, después de una campaña crispada y agresiva, en la que jóvenes neofascistas esgrimieron la quijada del hombre de Banyoles.
«No creas, alma mía, en la vida eterna / aprovecha al máximo la vida terrena», les dejó dicho un poeta del Mediterráneo. Y otros cantaron aquello del mar y no pensar en nada; el mar, la mar, por qué me trajiste, padre, a la ciudad. Los deseos al galope redujeron su patria al contorno de una sombrilla, al intercambio de sonrisas con el mar; y a las ocho de la tarde el plácido día de verano acabó en una meteorología política absolutamente inestable. Ahora el PP pedirá un nuevo proceso constituyente, con República y todo, Zapatero, preparará el nuevo abrazo de Vergara después del espaldarazo a su España plural, los de ERC seguirán luchando por un Estat Catalá, mientras Convergència prepara un Gobierno, en el caso de que puedan convencer a Maragall de que en la residencia podrá jugar a la petanca. Pero que nos den el coñazo con más cuentos de miedo y victimismo.
Abstención fue el mensaje que le enviaron a una clase política cebada, endogámica, corrupta que ya retrató Azaña en La velada de Benicarló: políticos de la codicia, la deslealtad que coaccionaban a un Estado decrépito, un dinosaurio rodeado de predadores. El rumor sordo del porvenir indica que los catalanes, frente a lo que insinúan sus políticos, no quieren prescindir de España. El 11 de septiembre de 1977 estalló la más grande manifestación autonomista de la historia catalana; un millón de personas desfiló por las calles de Barcelona; pero no estaban solos; todos los demócratas españoles, en todas las ciudades de España, gritaron a la vez, «Volem l Estatut»; aquella inmensidad que logró la máxima descentralización de cualquier otro país europeo, se ha reducido al 36 % de su propio censo. ¿Qué hicieron los políticos catalanes de aquella mayoría, de aquella esperanza?
Los socialistas que, según Marx, con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaron el saco de mendigo por montera; ahora tremolan el saco del nacionalismo; dan el hisopazo al ciempiés, urden mayoría con el provincianismo fatuo, mientras éstos siguen con la labor de zapa. Los socialistas de Madrid han dado el abrazo a aquellos señoritos catalanes que al principio de la Transición se sortearon las siglas. Y el realismo feroz les dijo ayer a los políticos de aquí y de allá lo que tenía que decirles, después de una campaña crispada y agresiva, en la que jóvenes neofascistas esgrimieron la quijada del hombre de Banyoles.