19.6.06
Las franquistas
19-06-06
LOS PLACERES Y LOS DIAS
Las franquistas
FRANCISCO UMBRAL
Las franquistas o franquicias o mujeres de Franco están dando tanto juego como el patriarca, o más. Al fin y al cabo, lo que él pretendía era formar una ancha familia burguesa. Parece ser que el coche de Herrero Tejedor se estrelló contra un carro de mulas en aquellos días temblorosos. En seguida alguien dijo que las mulas iban a 300 kilómetros por hora. En aquellos tiempos todo se arreglaba con una explicación bien dada. Y España seguía.
Carmencita Franco, que no es Carmencita Franco sino la otra, va a asistir por cinco millones a un desfile donde no pinta nada, según informa mi querido e informadísimo Mariñas. Aquella España transicional iba bien porque se había propuesto ir bien. La España actual no va nada porque no se ha propuesto nada, salvo Rodríguez Zapatero, que lo que quiere es que sus hombres le quieran mucho y los catalanes aún más y con más motivo. Para que no quede nadie fuera, Zapatero parece que se ha propuesto la campaña masónica y con esta palabra lo explica todo. La masonería se quedó con la II República y Zapatero quiere quedarse con la Tercera. Esta palabra enigmática parece que lo explica todo de los masones cuando en realidad no explica nada. Pero aquí en España, pueblo iletrado, las palabras con resabio tienen más fuerza que cualquier otra cosa. Cansados de decir republicanoliberal o democatólico jacobeo, el español lleva una semana diciendo masónico.
Qué alivio, una palabra nueva, un concepto nuevo, un proyecto nuevo de libertad e incluso libertinaje. La grandeza del idioma castellano está en que siempre esconde la palabra clave y, cuando la saca a brillar, resulta la más completa de todas las palabras porque encierra a las anteriores.
Un amigo mío, cuando la adolescencia curiosa, me llevó a una tenida masónica. Los miembros de la cosa manejaban chismes raros como cartapacios y todo lo que hacían estaba entre la arquitectura neobásica y la literatura posbíblica. Me pareció que todo aquello escenificaba la misa católica del domingo, pero de paisano, sin propinas y con otras intenciones. Cuando la República se decía que Azaña era masón y con él otros tantos. Primero prevaleció esta denominación y luego se impuso la más ligera y popular de rojo. España se dividía en rojos y masones. Los rojos promovían más movida y los masones segregaban más literatura.
Eran, digamos, la izquierda y la derecha de la izquierda. Cuando se quiere hacer malabarismo histórico se mete algún masón falaz o falseado. Lo que nos aporta hoy el término masónico es una nueva duda, una incertidumbre más sobre este capitalismo filatélico y sobre el socialismo concesivo. De las mulas de Herrero Tejedor no ha vuelto a saberse nada, y de Herrero Tejedor tampoco, pero entre Herrero y Fernández Miranda trajeron una España muy bien pensada hasta que al citado Fernández Miranda se la quitó la Marina de las manos. España empezó asombrando al mundo por su equilibrio y buen sentido, pero alguien nos devuelve a la guerra civil, los explosivos y la cantata. No tenemos arreglo y encima no nos llega el jornal a fin de mes.
Carmencita Franco, que no es Carmencita Franco sino la otra, va a asistir por cinco millones a un desfile donde no pinta nada, según informa mi querido e informadísimo Mariñas. Aquella España transicional iba bien porque se había propuesto ir bien. La España actual no va nada porque no se ha propuesto nada, salvo Rodríguez Zapatero, que lo que quiere es que sus hombres le quieran mucho y los catalanes aún más y con más motivo. Para que no quede nadie fuera, Zapatero parece que se ha propuesto la campaña masónica y con esta palabra lo explica todo. La masonería se quedó con la II República y Zapatero quiere quedarse con la Tercera. Esta palabra enigmática parece que lo explica todo de los masones cuando en realidad no explica nada. Pero aquí en España, pueblo iletrado, las palabras con resabio tienen más fuerza que cualquier otra cosa. Cansados de decir republicanoliberal o democatólico jacobeo, el español lleva una semana diciendo masónico.
Qué alivio, una palabra nueva, un concepto nuevo, un proyecto nuevo de libertad e incluso libertinaje. La grandeza del idioma castellano está en que siempre esconde la palabra clave y, cuando la saca a brillar, resulta la más completa de todas las palabras porque encierra a las anteriores.
Un amigo mío, cuando la adolescencia curiosa, me llevó a una tenida masónica. Los miembros de la cosa manejaban chismes raros como cartapacios y todo lo que hacían estaba entre la arquitectura neobásica y la literatura posbíblica. Me pareció que todo aquello escenificaba la misa católica del domingo, pero de paisano, sin propinas y con otras intenciones. Cuando la República se decía que Azaña era masón y con él otros tantos. Primero prevaleció esta denominación y luego se impuso la más ligera y popular de rojo. España se dividía en rojos y masones. Los rojos promovían más movida y los masones segregaban más literatura.
Eran, digamos, la izquierda y la derecha de la izquierda. Cuando se quiere hacer malabarismo histórico se mete algún masón falaz o falseado. Lo que nos aporta hoy el término masónico es una nueva duda, una incertidumbre más sobre este capitalismo filatélico y sobre el socialismo concesivo. De las mulas de Herrero Tejedor no ha vuelto a saberse nada, y de Herrero Tejedor tampoco, pero entre Herrero y Fernández Miranda trajeron una España muy bien pensada hasta que al citado Fernández Miranda se la quitó la Marina de las manos. España empezó asombrando al mundo por su equilibrio y buen sentido, pero alguien nos devuelve a la guerra civil, los explosivos y la cantata. No tenemos arreglo y encima no nos llega el jornal a fin de mes.