14.7.06

 

Bodas de sangre

 

14-07-06



LOS PLACERES Y LOS DIAS

Bodas de sangre


FRANCISCO UMBRAL

El señor Ratzinger es un Papa con suerte porque no sólo está en forma cuando llega a la plaza sino que además le sale un buen bicho para poder lucirse. En este caso el bicho daba para mucho y Ratzinger supo moverlo. El tema que nos anunciaba el Santo Padre era algo así como una respuesta a Zapatero y otras grandes figuras del taurinismo político occidental, o sea el matrimonio católico, la respuesta a sus profanadores y toda la movida teológica del coso de las Artes y las Ciencias.

El señor Zapatero tuvo temple para embiscar a Ratzinger, pero éste tuvo ciencia y paciencia para multiplicar su doctrina por donde siempre había querido llevarla, es decir, un catolicismo ortodoxo y extenso, mucho más prometedor que los matrimonios laicos, o como sean, los de otras religiones. La verdad es que el matrimonio católico ha quedado ahí, intocado e intocable, y un Papa inteligente, como éste, puede defenderlo desde la razón y no exclusivamente desde una estrecha religión. Buen punto de arranque para un intelectual de Roma, sea legitimista o un poco liberalote como fueron los Papas negros que ahora nos devuelve Valencia. Por ejemplo, el cardenal Cañizares, que triunfa por su humildad cuando el primer atributo de los Papas suele ser la soberbia y que Dios me perdone por este trato que ya no se lleva.

Ocurre que el matrimonio de cualquier marca está en descrédito y decadencia. Hace unos años sólo querían casarse los juveniles curas de guitarra y hoy sólo quieren hacerlo los valientes y expansivos curas de fondo de armario.

Quiere decirse que la humanidad está, efectivamente, echando de menos ese sacramento tan anillado a la carne, tan emparejado con el cuerpo. Es decir, el matrimonio cristiano, que ya no da más juego, y entonces vienen las utopías: «Si una lo hubiera pensado antes, mi hombre había sido Enrique, mi cura había sido el párroco, mi iglesia había sido la parroquia, etcétera». Y así sucesivamente. Así es como hemos llegado a los matrimonios imaginativos o aberrantes, como el homosexual, el lésbico, el matrimonio de hecho y todas las variedades.

En plena Transición estuvieron de moda los curas, si ustedes recuerdan, cuando la gran utopía y el sueño eterno suponían ya la salvación del alma y el cuerpo, pero el matrimonio utópico tampoco funcionó plenamente, aunque ahora pretendamos galvanizarlo. Esto del matrimonio homosexual, incluso con adopción de hijos, es el penúltimo ensayo con el sacramento o sin él. No parece más propio que los anteriores sino más impropio. Hay intelectuales que lo intentan ahora confiando en ese intelecto. Pero el matrimonio es una agresión gozosa y consentida o no es nada, y menos si ha nacido de una conveniencia social o casual.

Valencia ha sido Roma por unos días viviendo unas bodas de sangre tan terrestres como las del poeta. Puestos a liberalizar, Zapatero se ha permitido no asistir a la última misa del Papa. Ése sí que es separatista. Pero las bodas, de sangre o de Canaán, necesitan su poquito de credo, como hubiera dicho Quevedo, porque don Francisco también tenía su manera particular de rezar -qué menos en cristiano viejo como él - y con menos madamas también iba para Papa.

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