14.7.06
Queríamos saber
14-07-06
AL ABORDAJE
Queríamos saber
DAVID GISTAU
En el supuesto de que seamos ciudadanos y no súbditos, todavía nos merecemos un Gobierno que no nos mienta, como dijo ese profesional del poder que es Rubalcaba cuando amotinó al mismo pueblo al que ahora, licenciada la infantería urbana, se esfuerza por sedar. Pero ese Gobierno que no nos mienta lo mereceremos tan solo en la medida en que seamos capaces de ganarlo. Como hombres libres en lo posible, conscientes de sus derechos y aferrados a ellos, emancipados de la tutela del Estado y alentados por la temperatura de insumisión suficiente para enfrentarlo y señalarle hasta dónde puede llegar sin atropellarnos o estafarnos. Sin meternos el dedo en el culo, como dicen los castizos porteños.
Una de las virtudes de la tan manoseada Transición iba a ser que, con ella, los españoles iban a distanciarse de su tradición totalitaria, de la que la monarquía es un residuo decorativo tolerado por convención, para completar el tránsito de súbdito a ciudadano en que tanta ventaja nos llevaban las democracias de nuestro entorno. Es decir, que a estas alturas cabía esperar la madurez de una conciencia ciudadana que no estuviera tan entregada al Gobierno como para pasar por alto sin una protesta ni una pregunta indicios de atropello y mentiras tan clamorosos como los que van emergiendo en los cabos sin atar del 11-M y en la superficie del proceso respecto a los compromisos de Zetapé con ETA. De los que nada sabemos. Y de los que al parecer nadie quiere saber nada porque aún está siendo digerido el cadáver de Aznar como si fuéramos la boa que se tragó un elefante de Saint-Exupéry, y porque además el ciudadano desciende a la categoría de súbdito en cuanto gobiernan los nuestros, faranduleros con conciencia retráctil incluida.
Tanto es así que, menos uno, todos los partidos políticos han aprobado en el Congreso una resolución según la cual se prefiere el silencio a la indagación -el refugio de la ignorancia-, por lo que se concede al Gobierno una patente de corso que contribuye a recortar aún más el compromiso del Estado con nuestros derechos y su defensa por no enturbiar un cálculo político del que todos esperan obtener su parte alícuota de poder y de prebendas estatutarias. Esta rendición podría haberla compensado sin tan siquiera ponerse a asaltar sedes como cuando el pásalo, una reacción cívica que al menos planteara preguntas para las cuales la cursi retórica gandhiana del presidente no vale como respuesta. Pero nada. Los tiempos de la pancarta no retrataron una madurez ciudadana, sino tan sólo la movilización sectaria de quien no peleó por unos derechos, sino contra un partido concreto. Apenas quedan diques que contengan al Estado de Zetapé. Lo que nos haga, lo que nos mienta, eso es lo que habremos merecido, por consentirlo como vulgares súbditos de los que no existen en nuestro entorno.
Una de las virtudes de la tan manoseada Transición iba a ser que, con ella, los españoles iban a distanciarse de su tradición totalitaria, de la que la monarquía es un residuo decorativo tolerado por convención, para completar el tránsito de súbdito a ciudadano en que tanta ventaja nos llevaban las democracias de nuestro entorno. Es decir, que a estas alturas cabía esperar la madurez de una conciencia ciudadana que no estuviera tan entregada al Gobierno como para pasar por alto sin una protesta ni una pregunta indicios de atropello y mentiras tan clamorosos como los que van emergiendo en los cabos sin atar del 11-M y en la superficie del proceso respecto a los compromisos de Zetapé con ETA. De los que nada sabemos. Y de los que al parecer nadie quiere saber nada porque aún está siendo digerido el cadáver de Aznar como si fuéramos la boa que se tragó un elefante de Saint-Exupéry, y porque además el ciudadano desciende a la categoría de súbdito en cuanto gobiernan los nuestros, faranduleros con conciencia retráctil incluida.
Tanto es así que, menos uno, todos los partidos políticos han aprobado en el Congreso una resolución según la cual se prefiere el silencio a la indagación -el refugio de la ignorancia-, por lo que se concede al Gobierno una patente de corso que contribuye a recortar aún más el compromiso del Estado con nuestros derechos y su defensa por no enturbiar un cálculo político del que todos esperan obtener su parte alícuota de poder y de prebendas estatutarias. Esta rendición podría haberla compensado sin tan siquiera ponerse a asaltar sedes como cuando el pásalo, una reacción cívica que al menos planteara preguntas para las cuales la cursi retórica gandhiana del presidente no vale como respuesta. Pero nada. Los tiempos de la pancarta no retrataron una madurez ciudadana, sino tan sólo la movilización sectaria de quien no peleó por unos derechos, sino contra un partido concreto. Apenas quedan diques que contengan al Estado de Zetapé. Lo que nos haga, lo que nos mienta, eso es lo que habremos merecido, por consentirlo como vulgares súbditos de los que no existen en nuestro entorno.