18.9.06
Don Cebrián
18-09-06
COMENTARIOS LIBERALES
Don Cebrián
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Por fin, Don Julián tiene heredero. Por fin, el héroe de Juan Goytisolo, símbolo novelesco y también real de la traición a la España visigoda, es decir, a la España romana, germánica y cristiana, tiene un sucesor digno de su celo aljamiado. Don Cebrián se ha proclamado en Africa heredero de Don Julián. Con más ínfulas, claro, pero así es el nuevo héroe: infatuado y prepotente, ignorante y vanidoso. Tampoco sería mucho mejor aquel conde del Estrecho que por jorobar, como buen witiziano, al bando del rey Don Rodrigo, abrió la puerta a Tarik y Muza para la depredación y ruina del solar hispano.
La ventaja de Don Cebrián sobre Don Julián es que aún no ha conseguido su propósito y que además lo anuncia. La desventaja es que en aquellos tiempos, si Don Rodrigo pilla a tiempo al conde, lo convierte en albóndigas. En estos tiempos menguados, los amigos islamistas de Don Cebrián, como el tristemente célebre Tariq Ramadán, pueden mandar rebanarnos el pescuezo con una simple fatua editorial.
Dice el numen de la izquierda española, el comisario de los comisarios progres, que la «Reconquista ibérica» fue «insidiosa». Nótese su empeño por no decir España, que es lo que se reconquistaba. Nada insidiosa fue, en cambio, la invasión islámica, que arrasó una de las grandes naciones romanas de Europa lo mismo que ya había arrasado todo el norte de Africa romano y cristiano, de Egipto a Mauritania. Llegaron sólo como apoyo a uno de los dos bandos visigodos y luego pasaron a cuchillo a cuantos pudieron, pero eso no son insidias, son avances de la civilización islámica. De la yihad de ayer, en lo esencial idéntica a la yihad de hoy, pero ante la que se arrodilla Don Cebrián.
Hace años me llamaron mucho la atención ciertas declaraciones cebrianitas diciendo que uno debe poder elegir a sus padres, es decir, reescribir sus orígenes. Qué más quisiera Janli que borrar aquellos veranos en las rodillas de Jaime Campmany. O aquella confianza de Arias Navarro, con Franco vivo, para confiarle nada menos que la Dirección de Informativos de la cadena única de televisión de la dictadura. Qué más quisiera que borrar cómo convenció a Fraga para que le confiara la dirección de El País, antes de que Polanco fuera algo más que uno de tantos empresarios que amasaban millones en las prensas doctrinales de las escuelas del régimen. Mas, para conseguirlo, Don Cebrián debe arrasar España, liquidar a cuantos recuerden quién es él, quiénes son ellos, qué es esto.
Dice que la insidiosa Reconquista impidió una civilización islámica y cristiana en el Mediterráneo. Pero esa civilización ya existía; es justo la que destruyó el islam. Dice otras majaderías Don Cebrián. Pero el pobre sólo quiere borrar sus huellas.
La ventaja de Don Cebrián sobre Don Julián es que aún no ha conseguido su propósito y que además lo anuncia. La desventaja es que en aquellos tiempos, si Don Rodrigo pilla a tiempo al conde, lo convierte en albóndigas. En estos tiempos menguados, los amigos islamistas de Don Cebrián, como el tristemente célebre Tariq Ramadán, pueden mandar rebanarnos el pescuezo con una simple fatua editorial.
Dice el numen de la izquierda española, el comisario de los comisarios progres, que la «Reconquista ibérica» fue «insidiosa». Nótese su empeño por no decir España, que es lo que se reconquistaba. Nada insidiosa fue, en cambio, la invasión islámica, que arrasó una de las grandes naciones romanas de Europa lo mismo que ya había arrasado todo el norte de Africa romano y cristiano, de Egipto a Mauritania. Llegaron sólo como apoyo a uno de los dos bandos visigodos y luego pasaron a cuchillo a cuantos pudieron, pero eso no son insidias, son avances de la civilización islámica. De la yihad de ayer, en lo esencial idéntica a la yihad de hoy, pero ante la que se arrodilla Don Cebrián.
Hace años me llamaron mucho la atención ciertas declaraciones cebrianitas diciendo que uno debe poder elegir a sus padres, es decir, reescribir sus orígenes. Qué más quisiera Janli que borrar aquellos veranos en las rodillas de Jaime Campmany. O aquella confianza de Arias Navarro, con Franco vivo, para confiarle nada menos que la Dirección de Informativos de la cadena única de televisión de la dictadura. Qué más quisiera que borrar cómo convenció a Fraga para que le confiara la dirección de El País, antes de que Polanco fuera algo más que uno de tantos empresarios que amasaban millones en las prensas doctrinales de las escuelas del régimen. Mas, para conseguirlo, Don Cebrián debe arrasar España, liquidar a cuantos recuerden quién es él, quiénes son ellos, qué es esto.
Dice que la insidiosa Reconquista impidió una civilización islámica y cristiana en el Mediterráneo. Pero esa civilización ya existía; es justo la que destruyó el islam. Dice otras majaderías Don Cebrián. Pero el pobre sólo quiere borrar sus huellas.