12.9.06

 

No a la guerra

 

12-09-06



CANELA FINA

No a la guerra


LUIS MARIA ANSON

Tenía 17 años, la mirada en extravío, las manos herborizadas, los pechos recientes, la tibia belleza ávida, la nieve incesante de los dientes, la piel de leche negra. Estaba perdida en un laberinto de tristezas. Pasaba el día sentada al aire libre, junto a una tienda de alimentación, al lado del hotel Congo Palace, donde se alojaban los mercenarios que habían conquistado Stanleyville. Era 1964 y la guerra del Congo. Yo asistí, junto al capitán Calistrat, un rumano de valor que estremecía, a la toma de aquella ciudad. La muchachita bantú sedente se llamaba Miriel y apenas pronunciaba alguna palabra yerta.

Al fin, pregunté a los dueños belgas de la tienda por ella. Me contaron la historia. Los simbas, durante su dominio de Stanleyville, habían cometido las mayores salvajadas. Fueron, una vez más, los desastres de la guerra, que Goya sintetizó en unos dibujos escalofriantes. A la muchachita de ojos extraviados la metieron en la tienda, la ataron a una silla, le arrebataron su bebé de tres meses, al que colocaron en la máquina de cortar jamón y, ante los ojos de la madre devastada, le hicieron lonchas.

El trabajo profesional me ha llevado en demasiadas ocasiones a presenciar guerras. Incluso pasé los días de amor y rosas de mi viaje de novios en Vietnam, pero a partir de la historia de Miriel -y de otras 100 del mismo jaez que he conocido de cerca- estoy contra todas las guerras. Tal vez sea una posición irrazonable. Pero es la que tengo. No a todas las guerras. Recuerdo que pedí permiso a Calistrat y volé en un C-130 con aquella muchachita hasta Leopolville para ingresarla en un psiquiátrico. Fue un vuelo entristecido y turbio.

Jordi García Candau me recordaba hace poco que yo estuve contra la guerra de Irak mucho antes de que se hiciera un planteamiento serio de la invasión. Muchísimo antes de que manifestaciones vociferantes utilizaran la guerra iraquí para fragilizar el Gobierno de Aznar en una operación política descarnada y eficaz. La profesión me ha llevado a ser corresponsal de guerra en el Congo, Israel, Camboya, Vietnam... cuando no existía la «tribu» y todo era más agrio y más difícil. He visto la atrocidad de la guerra tan de cerca que mi rechazo es total. Un no a la guerra sin excepciones. Seguramente es inevitable que existan guerras. Nunca estaré a favor de ninguna. Lo mismo me ocurre con la pena de muerte. Tal vez no se la pueda erradicar de forma total. Estaré siempre contra ella. Jamás firmaría yo una sentencia de muerte.

Mi no a la guerra deriva de la experiencia vital de mi trabajo profesional. No es oportunista ni pusilánime. Se trata de una cuestión de principio. No existen guerras santas ni justas ni legales ni necesarias. Todas son terribles. Mezclarse en ellas es participar de alguna manera en la atrocidad de los instintos animales del hombre desencarnados y sin control. Cuando se está contra la guerra no se buscan pretextos, añagazas o justificaciones. Se niega uno particularmente, se niega una nación colectivamente a participar en la contienda. Ahora se ve claramente que el no a la guerra de Zapatero y sus amigos vociferantes derivaba tórpidamente del oportunismo político. Frente a la estúpida unanimidad del Congreso de los Diputados mezclando a España en la guerra entre Israel e Hizbulá, sin que nadie sepa en que terminará el conflicto, yo alzo una vez más mi no a la guerra, mi no auténtico y sin fisuras.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.

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