11.10.06
Código Rojo
11-10-06
AL ABORDAJE
Código Rojo
DAVID GISTAU
El informativo nocturno de Germán Yanke era en Telemadrid el último reducto ajeno a los dos banderines de enganche que entienden el periodismo como una militancia tan poco avergonzada de sí que al que se indisciplina al comisario, como en las películas policiacas, se le pide que devuelva la pistola y la placa. Algo así como un anchor con sueño, apacible como si interpretara las noticias con el batín puesto, Yanke era un ejemplar de tercer español -o sea, un OPNI: Objeto Periodístico No Identificado- que convenía, así fuera como coartada, a una cadena que ya hace tiempo se fue de cruzada beligerante. Y que ha convertido a Esperanza Aguirre en una suerte de superstición con la que cargan como costaleros y a la que protegen de cualquier atisbo de crítica, o incluso de chiste, como si se tratara de una blasfemia como para amontonar leños en la Plaza Mayor. De ahí la sorpresa de la presidenta cuando, al sufrir por parte de Yanke una entrevista más honesta que sumisa, le pareció que los adversarios se le habían colado intramuros. La osadía le sentó como si el espejito mágico no le hubiera dicho que ella es la más bella. Y ahora el espejo está roto por traidor.
Los pretextos presupuestarios no son sino el afán de que la cosa parezca un accidente. Y la distancia exquisita y ajena a responsabilidades que ahora toma Aguirre mientras le purgan a Yanke recuerda a la del coronel interpretado por Jack Nicholson cuando, en Algunos hombres buenos, aseguraba no haber ordenado el Código Rojo aun cuando en la base los oficiales subalternos no iban ni a mear sin antes pedirle permiso.
Qué lección de la campeona liberal. De la catwoman siempre vigilante contra los agravios a la libertad de expresión. La que, cuando las tropelías contra la disensión las comete el arma nacionalista del CAC, pide las sales para recuperarse del patatús y se aferra a la tan manida frase atribuida a Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice. Pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo». En todas partes, menos en Telemadrid, que una cosa es ser liberal y otra bien distinta es renunciar a que una televisión pública sea útil como herramienta de un poder que jamás le consentirá emanciparse y ensayar otras perspectivas. Ni siquiera a deshoras y después de haber machacado durante toda la jornada con la consigna oficial.
Lo que le ha ocurrido a Yanke no sólo demuestra que la salvación de nosotros mismos a través de la tercera España continuará por siempre postergada. Además, es otro argumento para el escepticismo y el desencanto de cualquiera que llegue al oficio sabiendo, por cuestiones como ésta, que lejos de las hogueras campamentales de uno u otro bando hace frío y uno se queda solo, sin folio, sin franja horaria, sin nada.
Los pretextos presupuestarios no son sino el afán de que la cosa parezca un accidente. Y la distancia exquisita y ajena a responsabilidades que ahora toma Aguirre mientras le purgan a Yanke recuerda a la del coronel interpretado por Jack Nicholson cuando, en Algunos hombres buenos, aseguraba no haber ordenado el Código Rojo aun cuando en la base los oficiales subalternos no iban ni a mear sin antes pedirle permiso.
Qué lección de la campeona liberal. De la catwoman siempre vigilante contra los agravios a la libertad de expresión. La que, cuando las tropelías contra la disensión las comete el arma nacionalista del CAC, pide las sales para recuperarse del patatús y se aferra a la tan manida frase atribuida a Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice. Pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo». En todas partes, menos en Telemadrid, que una cosa es ser liberal y otra bien distinta es renunciar a que una televisión pública sea útil como herramienta de un poder que jamás le consentirá emanciparse y ensayar otras perspectivas. Ni siquiera a deshoras y después de haber machacado durante toda la jornada con la consigna oficial.
Lo que le ha ocurrido a Yanke no sólo demuestra que la salvación de nosotros mismos a través de la tercera España continuará por siempre postergada. Además, es otro argumento para el escepticismo y el desencanto de cualquiera que llegue al oficio sabiendo, por cuestiones como ésta, que lejos de las hogueras campamentales de uno u otro bando hace frío y uno se queda solo, sin folio, sin franja horaria, sin nada.