14.12.06

 

AL ABORDAJE Tres palabras DAVID GISTAU

 

14-12-06



AL ABORDAJE

Tres palabras


DAVID GISTAU

Estamos acostumbrados a que 'Zetapé' salga al mundo cabalgando sobre unas frases que parecen sacadas de una galletita china de la suerte. Y que son tan monas y vacías que el único modo de encontrarles un provecho consistiría en ponerles unas bombillas y colgarlas en alguna avenida como adornos de la Navidad laica.

En lo que concierne al proceso, al presidente le ha dado por escoger a voleo tres adjetivos molones y combinarlos a ver si cuela. Así, antes se nos anunció como «largo, duro y difícil», que lo mismo vale para definir un proceso de paz que una polla o que un viaje trasatlántico en Air Madrid. Y ahora que está atascado, al presidente le basta con abrir el diccionario por la T, eludiendo, eso sí, la palabra «terror», que no le sirve, para descolgarse con un «temple, tenacidad y tiempo» que, la verdad, nos deja mucho más tranquilos y convencidos de que es el dueño de una situación de la que ETA tiene una visión harto menos retórica: o el Estado anula sus mecanismos judiciales, policiales y legales para satisfacer las revindicaciones históricas, vienen a decirnos, o habrá un muerto, una cabeza de caballo entre las sábanas de Moncloa. Y entonces a Zetapé no le quedará sino seguir haciendo frases, tal vez mientras se acompaña de una lira, como es de rigor en la contemplación de un incendio, y con Suso de Toro tomando apuntes para que no se pierdan.

El proceso está encallado porque los terroristas, en vez de limarse los adjetivos propios que les sobraban para ser acogidos con rango de estadistas y de hombres de paz entre los demócratas de toda la vida, han acabado exigiendo lo que la ministra Trujillo concede a los okupas de Barcelona: el respeto por lo que no es sino un estilo de vida alternativo. Con tal de integrarlo «cueste lo que cueste», el fiscal general ha condicionado el cumplimiento de la ley a la razón política. Y las terminales propagandísticas del Gobierno se han esforzado por trasladar la culpa y la sospecha a unas víctimas a las que, por serlo, se les niega el mismo derecho a pronunciarse que, sin embargo, se otorga al asesino, que no necesitaba más para legitimarse en una altura moral en la que Patxi López hasta confiesa entenderle, «en parte», los motivos.

A menos que el Estado firme la capitulación, porque no con menos han de conformarse en la otra orilla del Mississippi, se ve venir el final de esta tregua que habrá servido a ETA, no ya para minelarizarse como el super-ratón, sino para prestigiarse con todas las credenciales que le fueron concedidas a base de romper las convenciones antiterroristas y espíritus como el de Ermua. A los que habrá que regresar para recuperar aquella unión en la que no había víctimas malas ni se habría consentido a un asesino pasar por un hombre de paz. Una sola palabra basta: Ley.

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